Siempre pensé que en la vida se puede uno encontrar con dos estilos de personas -atendiendo a los modos de comportamiento dentro del mundo laboral-: los que trabajan y los que no.
Sin embargo, tras años de experiencia en este entorno, he podido comprobar que hay toda una colección de submundos dentro de cada uno de los referidos estilos, y respirando en ellos, auténticos artistas de la manipulación, la simulación, el descrétido, la hipocresía, etc.; que, afortunadamente, deben lidiar laboriosas batallas cada día tanto entre ellos como contra los miembros del otro estilo, los que se dedican a intentar ganarse la vida honradamente y con el cierto grado de sudor que su actividad pueda implicar.
Y digo «afortunadamente», porque aún estamos en el tiempo de que exista el «ying» y el «yang», es decir, que aunque no hayamos conseguido erradicar la especie de los que no trabajan (y no me refiero, claro, a aquéllos que por unos u otros regalos de la vida no necesitan llevar un jornal a casa cada fin de mes), sigue existiendo un número muy significativo de personas que se dedican a cumplir con la responsabilidad asignada y no a marear la perdiz, o al personal de enfrente, que es mucho más grave.
Pero hablaba antes de una gran variedad de submundos dentro de estos estilos, porque ya no me parece tan fácil determinar y catalogar a qué bando pueda pertenecer cada uno. Han proliferado tanto en los últimos tiempos estas especies, que de alguna forma han comenzado a mezclarse unos con otros, a mutar filosófica y actuacionalmente, y han dado lugar a nuevos conceptos de oportunismo, gestión del tiempo, formas de dedicación y desarrollo de capacidades, que es difícil determinar e identificar quién se está dedicando a una materia y quién a la otra. Cada cual que reflexione acerca de su entorno y saque las propias conclusiones, pero mantengamos siempre la neurona de identificación en situación de alerta, porque es fácil caer en la red pringosa que ese arte de seducción despliega tridimensionalmente, y los escenarios a los que por ello te veas avocado pueden resultar altamente nocivos y destructivos.
LOS INCONVENIENTES DE LA NECESIDAD
O DE LAS ILUSIONES
(extracto de capítulo)
En aquel momento irrumpió en la cocina Paco, el tercero de los Capirote. Entró como un torbellino, porque él siempre caminaba a toda prisa hacia cualquier parte. Nadie de la familia se explicaba muy bien por qué, pues el pausado movimiento del reloj en aquel pueblo no invitaba a tantas velocidades, pero él, que se empeñaba en controlar todo, en medir cada detalle y en perseguir que los actos de sus hermanos siempre se realizaran con una pulcritud mayor de la necesaria, tenía que adelantarse al pasar del tiempo, y eso era una tarea ardua.
-Jonás ha vuelto a caer enfermo –dijo sin preámbulos-, se le ha vuelto a poner el cuello del revés. Ya lo dijo el veterinario cuando asistió a nuestra madre. “Este niño viene torcido, y aunque al pasar por el agujero se enderece para poder venir al mundo, siempre volverá a torcerse en el momento más inesperado, y no habrá medicina que lo cure.”
-¿Y se le queda el cuello del revés? –preguntó Camil atónito por desconocer una enfermedad semejante.
-Así es. Sobre todo le ocurre cuando hace intentos de ir a trabajar a los campos. Sale de la casa todo preparado y en perfecto estado de salud, le pide a Quico que le ensille el caballo y, mientras espera en la puerta a que el muchacho se lo traiga, se queda unos minutos contemplando al Boriano tomando el sol en el porche en su eterna imagen sujetando la limonada. Entonces éste aparta el ala de su sombrero y siempre le dice a Jonás: “Parece que hoy vamos a tener un día duro de trabajo”, y vuelve a echarse el sombrero hacia delante para que el sol no le moleste en los ojos. Y ¡oye!, como si ésa fuera una frase maldita, el Jonás empieza a sentirse fatal, se le retuerce el cuello hacia un lado y tenemos que subirlo corriendo a la habitación para que no se desplome allí mismo. Pero ya te digo, el pobre tiene esta desgracia de nacimiento y no hay manera de curarle. Al cabo de unas semanas se le pasa, pero está más tiempo metido en la cama que otra cosa, y encima siempre mirando al otro lado, como se le queda el cuello así… De modo que he pensado en cambiarle el catre de sitio, para que, al menos, tenga una visión más agradable que la pared, que es para donde siempre le coincide la cara cuando le agarra la enfermedad. ¡Muchacho! –exclamó de repente-. Me ha dicho el Mario que tú te encargas de los recaos. Ve a buscar al Quico, que tiene unos buenos brazos, y entre los dos me ayudáis a mover la cama.
Apenas transcurridos unos minutos, Camil estaba de vuelta con el mozo en la habitación del Capirote mayor, sintiéndose satisfecho de haber realizado con presteza su primer mandado. Encontraron a Paco apoyado sobre la mesita de noche, metro y lápiz en mano, dibujando sobre un papel.
-Aquí estamos.
-¿Qué hay que hacer?
-Un momento, un momento –respondió él-, las cosas hay que hacerlas bien. En primer lugar, he realizado un plano de la habitación con la disposición de la ventana y los demás enseres. Ahora hay que tomar las medidas. Tú Quico, sujeta aquí el extremo del metro, yo cantaré los datos, y tú Camil, anotarás escrupulosamente sobre el papel lo que yo te diga. Después hallaremos la media de las distancias. Una vez calculado el punto central de la habitación, miraremos si coincide con el punto central de la ventana, según la proyección sobre la pared.
-¿Y si no cuadran? –preguntó Camil sin pretender ser aguafiestas.
-Entonces lo tendremos mal, porque será necesario diseñar una recolocación y habremos de empezar de nuevo. Mejor ni lo mientes.
Ante aquellas palabras, Quico empezó a ponerse nervioso y a caminar de un lado para otro como una peonza descontrolada.
-Pues hay que darse prisa –añadió-, porque yo tengo que guardar los animales y hacer la comparación de los palotes, y claro, si hay que hacer todos estos dibujos y después las sumas y las restas se me echará el tiempo encima, y los animales no pueden dormir fuera de la cuadra porque por la mañana tengo que volver a contarlos mientras salen, y no puedo hacerlo si no los he metido antes, y…
-¡Diantre Quico! ¡Calla ya! Que nos vas a volver locos a todos y así no vamos a acabar nunca. Bueno, pues como decía, si los puntos centrales coinciden, haremos una marca en el sitio exacto, entonces buscaremos el punto central de la cama y la llevaremos hasta la marca de forma que encajen perfectamente. Y, por fin, ya sólo nos quedará girar el catre en un sentido u otro hasta que la posición de la cara del Jonás le permita ver el paisaje, y no tanto muro como hasta ahora sólo tiene delante cuando se le tuerce el cuello por la enfermedad.
Quico se había perdido en la segunda frase del patrón, de forma que permaneció con el extremo del metro en la mano, esperando a que a cada momento le dieran instrucciones exactas y concretas sobre lo que tendría que hacer. Pero Camil, tras haber escuchado en silencio los planes que el Capirote se había forjado en su mente y haber evaluado la extrema complicación de lo pensado, replicó:
-¿Y no sería mejor hacerlo “a ojo” y pedir a Jonás indicaciones sobre la posición que más le guste?
-No, no. Las cosas hay que hacerlas bien, o no se hacen.
-De acuerdo, usted manda y paga.
De modo que sin más dilación, los tres se pusieron manos a la obra con el plan, hasta que apenas transcurridos unos minutos volvieron a detenerse ante la presencia del Boriano, que atraído por los ruidos de muebles y el tumulto que Quico organizaba en sus protestas, decidió abandonar la tumbona del porche y acercarse.
-¿Qué estáis haciendo?
-Pues nada –contestó Paco mientras con la cinta estudiaba los centímetros de la pared-, que como el Jonás se ha vuelto a poner malo, he pensado en colocarle de forma que se pueda entretener al menos con el paisaje.
Y continuó explicándole con todo lujo de detalles los propósitos de su plan.
-Me parece bien, pero veo un problema. ¿Y si la habitación no es totalmente cuadrada? ¿Y si hay alguna pared que mida más que otra?
-¡Adiós! –exclamó Camil sin poder evitar la expresión-. ¡Lo que faltaba!
-Tienes razón Boriano –añadió Paco sin prestar atención al comentario del chico-. ¡Hay que medirlo todo!
-Ya lo sabía yo –protestó Quico-, aquí nos dan la amanecida y yo sin guardar los animales. ¡El Mario me va a pegar una bronca que me va a dejar tieso! Porque mi trabajo es la cuadra, y no estar aquí sujetando el metrito, que no sé ni para qué sirve.
Y el jaleo se acrecentaba con las pegas de unos y las opiniones de los otros, aunque a Jonás aquello no parecía importunarles ni un ápice porque seguía en la cama, con el cuello retorcido y sin emitir señal de aprobación o desaprobación, como si la guerra no fuera con él. Pero ante el aumento de jolgorio, también Mario acudió a la habitación para enterarse de lo que estaba sucediendo y, por supuesto, aportar la consiguiente opinión.
-¿Qué estáis haciendo todos aquí?
-Pues que como al Jonás le ha enganchado otra vez la enfermedad y el pobre así postrado no tiene más vista que la pared, hemos decidido cambiarle la cama de sitio. Estamos haciendo las oportunas mediciones para que todo quede perfectamente encuadrado.
Y antes de que Paco pudiera continuar con los argumentos, Mario se remangó la camisa y añadió: “¡Pero qué mediciones ni qué leches!
Dejó la cajita en el suelo, no sin gesto de contrariedad ante tener que resignarse a la realización de semejante acto, y comenzó a empujar el catre hasta colocarlo frente a la ventana.
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